"Las relaciones que emprendemos con actitudes egoístas (los ‘proyectos de vida’ que trazamos a otros para que nos den felicidad) nos hacen muy vulnerables; los intereses, los anhelos y los atractivos que conforman ese entramado utilitario nos ligan más a los resultados que a las personas y nos obligan a mantener una dualidad truculenta ante ellas –quizá fingiendo que lo afectivo es lo esencial entre ellas y nosotros, o posiblemente involucrándonos en un auto engaño que las prioridades no obtenidas nos obligan a desvelar.
En cambio, las relaciones que emprendemos con actitudes altruistas, libres de ansiedad y codicia, reflejan nuestra fortaleza. Lo mismo ocurre con aquellas relaciones donde nuestra afectividad es espontánea y franca: no forzamos las situaciones y podemos apreciar a las personas como son, sin entrar en pugna con ellas, más dispuestos a tolerarlas que a censurarlas y más solidarios con sus dificultades.
Nuestros juicios negativos son una trampa y un lastre porque provienen de nuestros egos y de sistemas de creencias que conservamos inmodificados y estáticos en nuestra memoria mientras la vida va pasando."
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